16.05.2016 - BARCELONA

“Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te continuará hablando de amor”

Por Juan de Dios Ramírez-Heredia


Mariángeles Rosell

Acabo de salir del tanatorio de Les Corts de Barcelona. Allí hemos despedido con emoción a Angels Rosell Simplicio –Mariángeles, para todos nosotros, los gitanos de Barcelona–. Mientras ha durado la ceremonia de su despedida he estado acompañado de Manuel Fernández, mi viejo amigo y compañero, residente en el barrio de La Mina, escenario donde Mariángeles ha trabajado duramente entre nuestra gente. Estoy seguro de que ni Manuel ni yo podríamos hacer una crónica del entrañable acto de su despedida porque nos hemos pasado toda la ceremonia con el corazón encogido sin poder reprimir las lágrimas.

Y todo ha sido porque a Mariángeles la queríamos. La queríamos entrañablemente y la respetábamos con verdadera devoción. Yo la conocí recién llegado a Barcelona desde mi tierra gaditana. Ella era una mujer de las que se ocupaban en Cáritas de las tareas más directamente relacionadas con la búsqueda de recursos para paliar el hambre, la marginación y la pobreza extrema en que vivían buena parte de los gitanos residentes en los barrios suburbiales de la capital catalana. Antonio Torres y yo, apenas tomamos contacto con el Campo de la Bota, descubrimos a Mariángeles Rosell que luego fue con el padre Botey, con Nuria y con Angelines las personas que más duramente daban la cara por nosotros en una época del más duro franquismo, donde las reivindicaciones sociales eran muy mal vistas y controladas por los servidores del Régimen.

Los esfuerzos de nuestro pueblo por lograr las cotas de justicia y disfrute de los beneficios que nos corresponden por el solo hecho de ser ciudadanos, nunca hubieran sido posibles sin la implicación en nuestra lucha de personas como Mariángeles. Ella era conocida por los gitanos que frecuentaban el Centro Cultural Gitano de La Mina como “la gitana rubia”. Y como una auténtica gitana se comportó durante toda su vida, hasta el mismo día de su despedida de todos nosotros.

Algún día, cuando la emoción sosiegue mi espíritu, escribiré los infinitos méritos que Mariángeles tiene para que ocupe un lugar de privilegio en la historia del Pueblo Gitano. Hoy quiero despedirme de ella como lo hacen los catorce millones de gitanos que vivimos en el mundo, cuando se despiden también de sus seres queridos:

“Te avel lohki leski phuv! Sasa baro Manush” (Que encuentre fácilmente su aposento entre las grandes personas del Pueblo Gitano.)

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia

Abogado y periodista

Presidente de Unión Romaní

 

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