08.09.2015 - OPINIÓN

Carteristas en el metro de Barcelona

Por Pedro Casermeiro


Martes 25 de agosto, 19.30h aproximadamente, cojo el metro en el Liceu, primer vagón, va lleno como de costumbre en verano en Barcelona, y nada más cerrarse las puertas se escucha el siguiente mensaje por megafonía: “Atención señores pasajeros, se informa que en el primer vagón de este metro hay carteristas, tengan cuidado con sus pertenencias”. Primero en castellano, luego en catalán y después en inglés. La curiosidad innata que todos llevamos dentro me hace buscar con la mirada algún “sospechoso de ser carterista”, y no lo encuentro, lo que sí consigo es darme cuenta que el resto de pasajeros, o por lo menos los que se encontraban cerca de mí, sí habían encontrado a su “sospechoso de carterista”. Efectivamente, el sospechoso era yo. Antecedentes: es agosto, tengo un tono más moreno de lo habitual, estoy en plena mudanza y una imagen un tanto descuidada, el pelo largo y despeinado y la barba de cuatro días….

La gente me miraba con una mezcla de rechazo, miedo, vergüenza y disimulo; y esa muchedumbre de gente que al principio no me dejaba ni respirar ahora me había hecho una especie de círculo preventivo. Consecuencia positiva: pude disfrutar durante un par de paradas del aire acondicionado del metro y de espacio suficiente para ponerme cómodo. Consecuencia negativa: como también tengo mis emociones, a pesar de sentir el aire acondicionado, me sentí muy mal. La impotencia y rabia de sentir que toda esa gente ya me había condenado, me hizo querer aporrear la puerta del maquinista para pedirle explicaciones, una iniciativa sin sentido ninguno que rápidamente quité de mi mente. La verdad es que no sabía qué hacer, un momento de frustración como ese no te deja pensar, y en el momento en que escribo esto tampoco sé muy bien qué se puede hacer. Tan sólo sé que no culpo a todos esos jueces voluntarios que me acusaron de “sospechoso de carterista”.

Supongo que para los responsables de seguridad de un servicio como el metro será una decisión muy fácil determinar que cuando el maquinista detecte algún sospechoso habitual, anuncie por megafonía que hay carteristas a bordo, y así los viajantes pueden prevenirse. Pero está claro que esta no es una decisión más inteligente que la mía inicial de aporrear la puerta del maquinista. Es una decisión sin sentido ninguno, ya que al final puedes acabar hiriendo la dignidad de un pasajero de manera gratuita, es más, además pagando la víctima por el servicio prestado la nada desdeñable cantidad de 2,05€ por trayecto.

La experiencia no fue nada grata. Cuando llegué a mi destino, bajé y caminé hacia casa. Me sentía muy malhumorado, me dolían las mandíbulas de la tensión, y me preguntaba qué había hecho yo para que la gente me hubiera tratado como a un ladrón, yo sólo venía de pasar la tarde con mi familia y regresaba a casa ilusionado a continuar con las tareas de mi mudanza, y sin motivo ninguno me tienen que acusar de ser gitano.

Al igual que yo hice al escuchar el anuncio por megafonía busqué a mi carterista. En mi mente existen dos estereotipos de carterista, uno gitano y el otro no. Todos tenemos estereotipos, es algo que la mente humana genera de forma automática y que puede tener efectos muy negativos, efectos que muchos luchamos por evitar que se produzcan.

¿Qué es lo que esperan los responsables de seguridad del metro de Barcelona cuando emiten ese tipo de mensajes? ¿Qué los pasajeros busquen culpables y los juzguen? Si su intención es que los pasajeros no sean robados, puede ser un aviso efectivo, pero ocasiona más daños que beneficios. Mi dignidad, como la de cualquier persona, está por encima de la cartera de nadie, o debería ser así. Los anuncios preventivos del metro lo que consiguen es vulnerar la dignidad de cualquier persona que parezca gitana (o carterista para los pasajeros). La responsabilidad no está en los pasajeros, está en quién toma la decisión de acusar a alguien en la muchedumbre y cargar así de pólvora las pistolas de la ignorancia. Esta vez el resultado han sido miradas hirientes hacia un pasajero como yo, pero otra vez el juicio y la condena de los pasajeros puede tener un signo algo diferente, sino le ha sucedido algo similar a otras personas, que seguro que sí; desde luego no me gustaría nada estar en la piel de un gitano del este en Barcelona. Una ciudad como la de Barcelona no debiera permitirse seguir teniendo una ética tan lábil en asuntos de seguridad como este. Aquí no sólo se trata de no discriminar, sino de no hacer que no se discrimine a los demás.

 

Artículo publicado en el blog El Desván del Museo

 

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