12.05.2011

Europa, UE, Acuerdo de Schengen

Los principales perjudicados son, como siempre, los gitanos, con una población de 10 a 12 millones de personas, a quienes, con argumentos marcadamente racistas, se limita o directamente se prohíbe su libre ingreso en el “Espacio”, aunque hayan nacido en Hungría o en Rumania, países miembro de la UE.

 

Alemania les niega de manera rotunda la admisión; en Francia, Italia y los Países Bajos hay fuertes movimientos fascistas que periódicamente lanzan razias contra sus campamentos y les incendian sus carpas y los skinheads llegan al asesinato y ejecutan campañas de terror.

Basan su racismo sobre dos argumentos: los gitanos no se integran culturalmente y carecen de la formación intelectual necesaria para darles trabajo. Ambos argumentos son obras maestras del cinismo. No se les da trabajo porque pesa sobre ellos una injusta fama de ladrones –las estadísticas de criminalidad demuestran que son proporcionalmente más delincuentes los nativos de los países del “Espacio”– y sus presuntas discapacidades intelectuales se explican por su nomadismo forzoso y porque, cuando consiguen ser admitidos en los institutos educacionales, son sometidos a tratos discriminatorios vejatorios que terminan por provocar la deserción.

Esa permanente marginación impulsa su interminable peregrinaje. Si no emigran, son expulsados, como lo hizo el 5 de septiembre de 2010 el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. Decisión que los neofascistas de la Liga Lombarda y el primer ministro italiano, el corrupto Silvio Berlusconi, están ansiosos por imitar. En nombre, claro, de la preservación de los valores de la civilización europea, occidental y cristiana.

 

Juan F. Marguch. (Lavoz.com.ar)

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