26.11.2010

EL FLAMENCO PATRIMONIO CULTURAL Y ALMA DE LOS GITANOS ESPAÑOLES

Por Agustín Vega Cortés

Los gitanos fundamentamos  nuestra conciencia de pertenencia, nuestra identidad común, sobre todo, en  un sentimiento, en una emotividad  y en un compromiso ético que nos vincula con nuestro pasado y nos obliga a transmitirlo a las nuevas generaciones. Ser gitano no es vestir de una forma u otra, tener este o aquel oficio, vivir en un lugar u otro,  o, incluso, expresarse de una determinada manera. Todo eso depende de la época y de  las condiciones ambientales y educativas de  cada familia y de cada individuo. Además, esa visión de la identidad gitana parte de un prejuicio racista que nos viene impuesto desde fuera. Ser gitano, por lo tanto, es más una actitud ante la vida, una “manera de estar” más que una “forma de ser”. La dificultad que tenemos muchas veces para establecer un estándar cultural  gitano a través de cual podamos exteriorizar y visibilizar  nuestra identidad colectiva,  en unos términos  propios  que no puedan ser manipulados y tergiversados  desde el exterior por los prejuicios racistas,  es, precisamente, entre otras razones, consecuencia directa de esa intangibilidad, de esa   abstracción de la esencialidad gitana, que cada gitano expresa desde su propia realidad de vida y desde su  sensibilidad, pero que tiene ese  nexo común que Antonio Mairena  llamó  la “razón incorpórea”, y que el define de la siguiente forma.

“La Razón incorpórea, es algo impalpable e indefinible que hay que sentir y respetar para ser un buen gitano. La Razón Incorpórea es el honor nuestro, la base de la cultura gitana, el conjunto de nuestras tradiciones y de nuestros ritos antiguos: una cosa que sólo entiende un gitano como Dios manda y que sólo los gitanos la viven. La Razón Incorpórea es intransmisible e ininteligible fuera de nosotros, porque no se puede conocer de verdad lo que no se puede sentir. Sólo se nos permite expresarla por medio de metáforas. La Razón Incorpórea es la fuente de inspiración inagotable del cante gitano y del cantaor, y éste la expresa de forma intuitiva por medio del 'duende'...".

Por eso, el cante gitano, o flamenco, no solo es el patrimonio cultural de los gitanos  andaluces y españoles, es, sobre todo, el vehiculo a través del cual se expresa una gitanidad verdadera y limpia,  desnuda de todo lo insustancial y espurio que los prejuicios le han ido arrojando encima a través de los siglos.

El flamenco es el libro sonoro en el cual está escrita la historia de un pueblo. Un libro escrito en las páginas del aire  por miles de voces gitanas a  lo largo del tiempo. En ese libro incorpóreo están las letras de nuestros cantes que hablan de la pena y de la pobreza, del amor y de la alegría, de la lucha de los hombres por vencer la fatalidad de un destino que le viene impuesto solo por el hecho de haber nacido de una madre gitana. De ahí que los cantes gitanos puros no hablen jamás del conjunto de los hombres o de un hombre abstracto, sino que lo hace de un hombre concreto, un hombre gitano que habla de sí mismo.

Ese y no otro es el secreto de la grandeza del  flamenco, que transciende incluso las fronteras de nuestro país. De ahí  surge  su autenticidad, y su credibilidad. El flamenco llega al corazón de las personas porque es la verdad de un pueblo. El desgarro de los cantes gitanos no es un dolor fingido o inventado. Su queja no es una queja aprendida como un abalorio para adornar una nota musical. El cante gitano expresa la queja y el dolor porque esa es su razón de ser, porque el dolor y la pena fueron el manantial puro en el que sus creadores bebieron para poder exteriorizar un sentimiento que se ahogaba en el silencio y la impotencia.

Flamenco y gitano han sido sinónimos a lo largo de la historia. Los diferentes  estilos o matices que constituyen los cantes fundamentales del flamenco, responden a las familias gitanas que los crearon y difundieron. Si decimos Bulerias de Jerez, tangos extremeños, o solea de Alcalá, para diferenciarlos de otros estilos, en realidad estamos hablando de la forma en la que hacen esos cantes los gitanos de esas poblaciones.

Desde los primeros cantaores de los que se tiene testimonio escrito, como el  Tío Luis de la Juliana, El Planeta o el Fillo, de mediados del Siglo XIX, pasando por el Nitri, Enrique el Mellizo, Manuel Torre, Tomás Pavón, su hermana, la Niña de Los Peine,  Antonio Mairena, Manolo Caracol, Antonio Núñez el Chocolate, Manuel Agujeta, Terremoto de Jerez, Fernanda de Utrera, o Porrina de Badajoz, hasta Llegar a Camarón de la Isla, todo la historia del flamenco es un continuo de familias y estirpe gitanas con nombre y apellidos. Cada  seguiriya, cada soleá, cada polo y cada caña que tienen un matiz propio que las singulariza del resto, lleva el apellido de una familia o de un cantaó o cantaora gitanos que la matizó de esa manera.

Es cierta la presencia de cantaores no gitanos de gran valía artística, como Silverio Franconetti, Antonio Chacón,  Manuel Vallejo, Pepe Pinto, y otros más recientes como José Menese, a los que es preciso reconocer,  y respetar, pero casi todos de ellos aprendieron el cante por su estrecha relación con los gitanos, algunos, incluso, a través de vínculos matrimoniales, siendo, en todo caso, los que quedan en la memoria, un numero insignificante comparado con la pléyade de geniales artistas gitanos que se pueden contar por miles. 

Si una música popular es aquella que crea e interpreta el pueblo de una forma mayoritaria y habitual, sin necesidad de ir a ninguna escuela ni de que nadie se la enseñe, no es cierto que el flamenco sea la música popular de Andalucía y mucho menos de España. La inmensa mayoría de los andaluces, que son muchos más que los habitantes de Sevilla, Cádiz o Jerez,  no solamente no cantan ni bailan flamenco, sino que ni siquiera lo escuchan habitualmente. Ni las Sevillanas, ni los Fandangos de Huelva ni los cantes rocieros, se pueden considerar, en puridad, flamenco, sino  folklore Andaluz, muy bello y digno, pero que es otra cosa, a pesar de lo cual, también esa música es minoritaria y su practica está circunscrita a acontecimientos festivos muy concretos, como todo el mundo sabe.

Pero el flamenco sí que es la música del pueblo gitano. No solo de los andaluces y de los extremeños, sino de toda España. Nuestros niños, cuando aún apenas saben hablar, ya saben entonar el cante y antes de andar con soltura, ya saben como se da una patá por bulerias. Aún no han  tenido tiempo de aprenderlo, pero lo saben porque son portadores de un sentido natural del compás que le viene de la noche de los tiempos. Lo han adquirido genéticamente de sus padres y estos a su vez de los suyos y así durante generaciones y generaciones. Los gitanos vivimos el flamenco como se vive el aire o la luz del sol. Para nosotros el cante y el baile es lo mismo que ser lo que somos. No  hacemos flamenco, nosotros somos el flamenco. Está en nuestro  ADN. Es nuestra herencia y nuestro legado. Posiblemente lo único propio que tenemos además del orgullo de ser lo que somos. Lo hemos aportado al patrimonio cultural común de nuestro país, pero no debemos consentir que se nos despoje de ello.

En una entrevista que le hicieron en el “Mercantil Valenciano” en 1933,  Federico García Lorca, dejó para la historia unas preciosas palabras que definen mil veces mejor que todo lo que yo pueda escribir aquí,  la incuestionable patrimonialidad gitana del flamenco: “Desde Cádiz a Sevilla, 10 familias de la más impenetrable casta pura, guardan con avaricia la gloriosa tradición de lo flamenco”.  Junto al testimonio de Lorca, están los de algunos de los mejores músicos de la historia de España, como Falla, Albeniz o Turina, y en nuestro tiempo, los valiosísimos de escritores y poetas de la talla de Félix Grande, Juan Manuel Caballero Bonald, Ricardo Molina, o Francisco Vallecillo, entre muchísimos otros, que han defendido de una manera clara la pertenencia gitana de la esencia y de la integridad del flamenco. 

En los últimos años, gracias a la aparición de figuras tan emblemáticas como Camarón de la Isla, Diego El Cigala,, José Merced y otros artistas, gitanos, en su inmensa mayoría, así como a la revolución de los medios de comunicación de masas, y al gran apoyo institucional y económico, el flamenco  ha entrado en una nueva etapa en la que cada día crece el numero de aficionados y adeptos tanto en nuestro país como fuera de el y está muy presente en los grandes escenarios de España y del  mundo.

Sin embargo, el control absoluto de la producción y distribución o de lo que pudiéramos llamar “la industrial del flamenco”, por parte de personas no gitanas, la mayoría de ellas con una clara animadversión hacía los artistas gitanos, que son apoyadas por unas  instituciones políticas guiadas muchas veces por intereses ajenos a la música y con frecuencia impregnadas por prejuicios racistas, está provocando una desgitanización del flamenco profesional, una autentica “limpieza étnica artística”, basada en la marginación y el ostracismo de los profesionales gitanos y la potenciación de una nueva generación de interpretes no gitanos, surgido de algunas  peñas, de las escuelas y de las academias de flamenco,  que, sin pretender negarle el merito que puedan tener, están recreando un nuevo flamenco desprovisto de la fuerza intuitiva y verdadera   que hace que el cante gitanos sea lo que es.

El intento de reinventar la música gitana sin gitanos, constituye un verdadero saqueo cultural a los gitanos españoles, a los que se le pretende despojar de lo más preciado que poseen. Pero además constituye un gigantesco fraude al público, que se acerca a la música flamenca atraído por una autenticidad y una sinceridad que sin los gitanos el flamenco no posee. Los gitanos son el alma del flamenco, los que lo hacen creíble y le otorgan esa magia que lo ha convertido en una música sublime.  Desgitanizar el flamenco es quitarle su alma y su razón de ser. Desnudos de esos dos elementos constituyentes, la excelsitud de la música flamenca  pasara a ser historia, la cultura española perderá una de sus referencias más singulares y los gitanos nos quedaremos sin la más importante insignia de nuestra identidad colectiva.

Tristemente, ese proceso ya ha comenzado hace tiempo con el empeño de los medios de comunicación y de los promotores artísticos, en difundir y popularizar un tipo de flamenco de cartón piedra, amanerado y fingido, cargado, por un lado, de un barroquismo costumbrista que lo extraña y transfigura, y, por otro,  de unas pretensiones estilística y unos excesos escénicos que le son ajenos  y que ocultan o menoscaban su propia naturaleza.

Todo este proceso de expolio y falsificación cultural, se apoya en una gigantesca mentira, en un falacia histórica sin ninguna base ni fundamento, según la cual, el flamenco es la música popular de Andalucía que se fue creando a través de los siglos por el pueblo andaluz, con la “aportación” de “algunos grupos sociales marginados”, tal y como reza la declaración del Parlamento de Andalucía en la exposición de motivos con la que se solicita a la UNESCO que el flamenco sea declarado Patrimonio Artístico de la Humanidad. Una falaz declaración sobre la génesis y naturaleza del flamenco, en la que no hay ni una sola referencia a los gitanos andaluces ni españoles, a los que seguramente se refieren cuando dicen “algunos grupos sociales marginados”.

Esta declaración del Parlamento Andaluz, es el más claro ejemplo de todo lo anteriormente expuesto, y constituye el punto de partida de una estrategia de expolio cultural al pueblo gitano, que se ha venido fraguando desde hace muchos años por parte de determinados círculos de “flamencólogos”,  más movido por motivaciones racistas que artísticas, pero que ahora ha sido asumida por las instituciones políticas andaluzas y españolas.

Impedir que esa estrategia termine por triunfar, requiere de todos los artistas gitanos y del pueblo gitano en su conjunto, una postura de resistencia a la marginación y de reivindicación de nuestra presencia en los escenarios y en los medios de comunicación, pero también de un esfuerzo de todos nosotros y un compromiso mayor para preservar y enriquecer un patrimonio cultural valiosísimo y único del que somos depositarios. Para lo cual no basta con la autocomplacencia y egocentrismo étnico, que nos lleva a conformarnos con  “sonar gitano”, sino que hace falta que las facultades artísticas innatas  se pongan al servicio del estudio y del conocimiento.

Las actuales y futuras generaciones de artistas gitanos no deben olvidar jamás a las grandes figuras históricas de las primeras décadas del siglo XX, verdaderos revolucionarios del cante  flamenco y cuya obra es muy difícil superar. Ellos, con su voz desnuda, sin otro acompañamiento que unas palmas y una guitarra y desde  la humildad y la sencillez de los grandes genios, levantaron esa inmensa catedral musical que se llama cante gitano o flamenco tal y como ha llegado a nosotros y de los que somos depositarios.

Por eso, es necesario que los artistas actuales, sepan combinar de forma armoniosa la fidelidad a las raíces y el dominio de los cantes puros y verdaderos, con las innovaciones propias de los nuevos tiempos, así como con la evolución inherente a cualquier cultura viva, pero sin que los modismos  coyunturales y espurios,  terminen por convertir la música gitana en una caricatura de si misma, pues de hacerlo así seremos los verdaderos responsables del proceso de expolio cultural que aquí denunciamos.

Por todo ello, seria de justicia que previamente al reconocimiento del flamenco como patrimonio de la humanidad, fuera reconocido como PATRIMONIO DEL PUEBLO GITANO.

 

Agustín Vega Cortés

Asociación Opinión Romaní

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