14.01.2009

La escuela que tuvo que aprender

Un centro de las Tres Mil Viviendas pasa de las broncas a modelo de convivencia

Son las once de la mañana de un martes cualquiera y en el colegio público Andalucía, ubicado en la barriada de las Tres Mil Viviendas de Sevilla, las puertas están abiertas de par en par; también han desaparecido las rejas y los cerrojos; no hay pintadas en las paredes, ni papeles por el suelo... Todo está limpio y reluciente. En uno de los muros del recibidor los niños y niñas de Infantil y Primaria han construido el Mural de los Sueños. "Que nazcan muchos pinos en el patio y nos den chucherías" se atreve a escribir Francisco. Así, hasta empapelar con sus dibujos toda una pared. "Cuando los sueños se cumplen", explica el director, Eduardo Barrera, "nace un árbol y echa hojas. Mira...". Y señala a la columna revestida de arpillera, alambre y hojas de plástico.

¿Qué ha tenido que ocurrir para que  Barrera haya pasado de ser agredido físicamente a que todos le llamen el tito Eduardo? o ¿por qué el profesorado, al que han apedreado a diario, es ahora imprescindible para familias y alumnos? La historia de este cambio tan radical comenzó hace seis años. Y los hechos confirman que hacer realidad la utopía es posible. Lo corroboran las solicitudes que recibe el colegio desde todos los rincones de España para contar su experiencia; también los múltiples premios logrados. Premio Nacional a la Convivencia hace año y medio. O el último, entregado en octubre por la reina Sofía, a la Acción Magistral, concedido por la Fundación de Ayuda contra la Droga.

El colegio Andalucía está ubicado en el Polígono Sur; un entorno dominado por la exclusión social y la violencia. El absentismo escolar es lo normal en el centro. No hace tanto tiempo que éste superaba el 50%; hoy el porcentaje se ha reducido en 20 puntos. Un 90% de los 264 alumnos (hasta los 12 años) son de etnia gitana. La constitución de una Comunidad de Aprendizaje en la que participan las familias gitanas, ONG, asociaciones profesionales, instituciones y grupos de voluntarios, ha sido la clave para conseguir una convivencia ejemplar entre todos.

Los 27 profesores del claustro han tenido que superar sus prejuicios hacia el pueblo gitano. Desde la dirección se insiste en que "no hubiera sido posible este cambio sin meterse en la piel de ellos". A veces, los mismos maestros participan en sus ritos y manifestaciones culturales. Padres, tíos y "mayores" con ascendencia en el barrio vienen a las aulas y les hablan de la cultura gitana y del respeto a los muertos, por ejemplo. De la necesidad de estudiar. En la barriada han comprendido que el profesorado no es su enemigo.

La epopeya pedagógica que el colegio Andalucía ha emprendido no es posible llevarla adelante si no es con la máxima colaboración. Cada día pasan por el centro varias decenas de personas para trabajar con el alumnado. "La ley de Educación, que preconiza los grupos flexibles, con refuerzos y apoyos puntuales a aquel alumnado más retrasado, aquí no era más que un caldo de cultivo propicio para perpetuar la marginalidad. Aquí el modelo pedagógico oficial no sirve", resume Barrera.


(Del reportaje de Joaquín Mayordomo, El País)

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