Berlusconi gana, los gitanos perdemos

      05.09.2008 / Debemos reconocer que la noticia que acabamos de conocer, según la cual, la Comisión Europea ha dado marcha atrás y bendice ahora el censo que el Gobierno italiano está realizando de los niños gitanos, ha sido como un cubo de agua fría arrojado sobre nuestras cabezas. ¡Que poco dura, Señor, la alegría en la casa de los pobres!
     ¡Estábamos tan contentos al saber que el Parlamento Europeo y la propia Comisión se habían manifestado contrarios con la forma con que las autoridades italianas querían “ficharnos” a los gitanos! Y luego llegó la iglesia católica y se puso de nuestro lado, y las asociaciones de emigrantes al unísono, y los sindicatos también, y el lobby judío con toda su fuerza. Y nosotros, los gitanos, nos hemos manifestado en Roma, en Madrid, en Viena, en Bruselas para denunciar unas medidas que nos recordaban tiempos pasados de lágrimas, campos de concentración y hornos humeantes. ¿Y de qué ha servido? De bien poco a la vista de las declaraciones de Michele Cercone, portavoz de Justicia, Libertad y Seguridad de la Comisión Europea quien ha manifestado que " tras el análisis de la información remitida por las autoridades italianas no hay indicios de que las ordenanzas ni las directrices autoricen la recogida de datos relativos al origen étnico o la religión de las personas censadas". Cuanto cinismo. Con razón dice el Evangelio que “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”.
      A nosotros nos parece todo esto un despropósito. Creemos, además, que el Gobierno italiano no ha hecho otra cosa más que cepillar sus textos iniciales blanqueando las expresiones que claramente recordaban épocas de control nazi y de números grabados en la piel de las personas. El afán represor era tan evidente que cegados por el triunfo electoral no repararon en que, incluso a los condenados a muerte hay que darles ciertas garantías procesales para justificar su condena. Por eso la sociedad civilizada puso el grito en el cielo y el Gobierno de Berlusconi sufrió las más duras reprobaciones que jamás otro gobierno democrático haya recibido después de la Segunda Guerra Mundial.
      Hoy hemos dado un gravísimo paso atrás. A nosotros, los gitanos y gitanas que integramos la Unión Romaní, no nos sirven las razones dadas por la Comisión Europea. Máxime cuando la misma portavoz de Justicia reconoce que lo que ahora se pretende hacer en Italia no es fichar a todo el mundo, sino que “se trata de un recurso más bien limitado". ¿Limitado? ¿Limitado a quien? ¿A los más pobres, a los mendigos, a los más morenos, a las niñas que vistan faldas coloreadas? Dicen que ahora no les van a preguntar a los padres de los niños si son gitanos. ¿Es necesario realmente preguntar eso cuando los “fichadores” entren en un campamento de inmigrantes, de refugiados o simplemente de pobres marginados por el sistema?
      La portavoz de Justicia de la Comisión ha utilizado un término escalofriante para justificar este censo infame de huellas dactilares. Ha dicho que esto el Gobierno italiano lo hará “como última solución”. ¿Qué recuerda esto? Fue Adolf Eichmann quien utilizó esa misma expresión para solucionar el problema judío y dar comienzo al holocausto. El Gobierno italiano dice que si no es  tomándoles las huellas dactilares a estas personas “no pueden ser identificadas de otro modo". ¡Que barbaridad! Hemos vuelto al sistema del carné de identidad antropométrico ya descartado en todos los países democráticos civilizados.
      Nosotros reclamamos coherencia a las autoridades europeas. Nosotros pedimos que se suprima radicalmente esa norma. Nosotros pedimos que el Gobierno italiano diga públicamente que no va a fichar a los niños y niñas gitanos grabándoles sus huellas dactilares en ficheros policiales. Nosotros, los gitanos españoles, pedimos tan sólo que se respete no sólo la letra de la Ley —ya hemos visto con cuanta habilidad las autoridades italianas la recompone— sino el espíritu de la Ley. Ese que dice que todos los seres humanos somos iguales y que estamos investidos de un mismo principio de dignidad por el solo hecho de haber nacido.

Juan de Dios Ramírez Heredia
Presidente de la Unión Romaní

Volver