Los gitanos de Afganistán se enfrentan al final del camino

     16.04.2002 / El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que hay 55.000 gitanos en el campamento de Spinnboldak

   Con la guerra, la ayuda humanitaria está llegando finalmente a los gitanos de Afganistán. Pero, tras muchos años de una sequía que ha matado a sus camellos y a sus rebaños, su antiguo estilo de vida puede estar amenazado.
   Los nómadas, que a lo largo de la historia han ido alternando las cimas de las montañas con las desiertas estepas, llenan ahora las tiendas de campaña levantadas para acoger a los refugiados de guerra, uno de los pocos lugares donde pueden encontrar lo necesario para sobrevivir.
   Los trabajadores humanitarios creen que si los gitanos se quedan en los campamentos a la expectativa de conseguir ayuda, su estilo de vida nómada podría desaparecer para siempre, y las agencias humanitarias no quieren que se establezcan simplemente con la esperanza de que alguien vendrá y les traerá comida, medicinas y otros suministros.
   "El desafío es ¿cómo conseguir que estas personas empiecen a moverse otra vez?", se pregunta Lizzie Christy, encargada de la distribución de ‘Mercy Corps’, una organización con base en Estados Unidos y uno de los principales grupos de ayuda para los gitanos. "En estos momentos, seguir vivos es su principal preocupación", afirma. "Los gitanos, conocidos en Afganistán como Kochi, están agrupados en los campamentos erigidos en la frontera con Pakistán, cerca del paso de Spinboldak", dice Gul Mohammed, director de proyectos de ‘Mercy Corps’.

Situación dramática
   El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que 55.000 personas de uno de los campamentos de Spinboldak son Kochi. Otras están viviendo en desgastadas tiendas en los precipicios encima del ancho río Helmand, ahora seco a causa de la misma sequía que ha devastado la vida de los gitanos.
   Los Kochi se sientan en cuclillas, hambrientos, bajo los baluartes y las torres de los antiguos reinos afganos por los que pasaban una vez cada invierno con sus rebaños. "Teníamos una buena vida, y día tras día fue a peor", dice Kabula, con los tradicionales tatuajes tribales de puntos azules en su cara y con un bebé con los ojos enrojecidos por el llanto y la tos en los brazos. "Hemos viajado por muchos lugares, por muchas regiones", dice Kabula, recordando las caravanas anuales que llevaban a su gente a las ciudades de Ghazni, Herat, Uruzgan y a través de los valles del sur y el centro de Afganistán. "Ahora no tenemos camellos ni ovejas. Hemos acabado aquí".
   Como otros afganos, los problemas de los Kochi no han terminado con el fin del gobierno talibán o con la campaña militar estadounidense. Cuatro años de pocas lluvias y la falta de oportunidades de la pobre economía de Afganistán están bloqueando el retorno de dos millones de refugiados, según las agencias humanitarias.
   Cientos de miles de afganos están desplazados en el interior del país. Pero los nómadas Kochi presentan sus propios problemas, cosa que preocupa a las agencias humanitarias que distribuirán los billones de dólares de ayuda que los donantes internacionales han prometido invertir en Afganistán.
   Acostumbrados a tratar con refugiados o con las llamadas "personas desplazadas en el interior del país" -en palabras de las agencias de ayuda para aquellos que están sin hogar en su propio país debido a la crisis-, los trabajadores humanitarios han apodado a los Kochi como "gente internamente bloqueada".
Para los Kochi, la crisis no ha terminado, está arraigada. Su modo de vida consiste en estar en movimiento, llevando sus ovejas y camellos desde sus pasturas de verano en las montañas a las casas de invierno en las templadas llanuras.
   Manteniéndose al margen de la sociedad afgana y de sus costumbres, las caravanas de los Kochi, con sus mujeres convertidas en una ráfaga de color con relucientes adornos de plata y trenzas que se balancean, pasan por pueblos donde las mujeres viven cubiertas de velos negros. Pero la sequía ha matado la mayoría de su ganado, dejándolos sin recursos. Los animales que no han muerto de hambre son vendidos o se los comen, ya que están tan desesperados por encontrar comida que sacrifican su sustento de vida.
   En Qala Bost, en las secas orillas del Helmand, los antiguos nómadas han instalado sus tiendas bajo las ruinas de las altas fortalezas, palacios y villas construidas por los reyes que rigieron en Afganistán hace 1200 años.
   Para vivir, venden combustible de madera y abono en los pueblos, intercambiándolo por grano y trigo con la gente. Las agencias de ayuda incluyen a los Kochi en la categoría de ‘vulnerables’.
   Khan Zada cambió su vida nómada por la sedentaria hace dos años, después de que la sequía matara gran parte de sus ovejas y camellos. Ha cubierto de alquitrán su tienda para poder mantenerla seca y vivir en ella. "Si pudiera, me gustaría volver a mi vida anterior", afirma Khan Zada.

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